Desde las 6 y media de la mañana, en las afueras de la Universidad Nacional de Trujillo, muchas son las mujeres que se esfuerzan día a día por salir adelante con su negocio. Pero, una de ellas, destacaba por el cariño dedicado a cada uno de sus hambrientos clientes.
La observaba desde lejos. Berta Lujan, alegre vendedora de desayunos, ofrecía muy afectuosamente sus alimentos al paso a los innumerables estudiantes universitarios en las afueras de la Universidad Nacional de Trujillo. No se encontraba vendiendo en su lugar habitual ya que, debido a constantes roses con los municipales, se dispuso a vender en la calle San Andrés de la urbanización del mismo nombre. Su agradable forma de atender a los jóvenes clientes hizo que mis pasos se dirijan hacia ella. Como dije, era una persona muy alegre y, al verme con grabadora en mano, su sonrisa se acentuó más y con ella, su felicidad se volvió más notoria. Todo lo contrario a otras señoras introvertidas que la acompañan en el arte de vender.
Tras pedir el respectivo desayuno –un pan con salchicha y un vaso de avena con leche– y devorarlo con total facilidad, me dispuse a presionar el botón rojo. “Pregúnteme no más joven, ¿que quiere saber?”, me habló muy alegremente doña Berta.
“Señito ¿desde cuando en el negocio?”, le pregunto para ya iniciar una amena conversación. “Desde el mes de noviembre acá al frente de la universidad”, me respondió como queriendo contribuir en la entrevista. Mucho antes, doña Berta se había dedicado a la venta de pollo en un mercado de su barrio en Florencia de Mora. Ahora, la venta de desayunos es su especialidad. “Aquí pues ofrezco desayuno para todos los estudiantes a precio económico, pan con pollo, tortilla, huevo, salchicha, lomito. También hay desayunos: quinua, quaquer con leche, jugo de manzana, jugo de papaya, leche de soya”, describió con prontitud.
Pero el motivo de iniciarse en el negocio a las afueras de la universidad se debió a su esposo. “Me animé a vender desayunos porque mi esposo trabaja en almacén, aquí en la universidad. De paso él toma su desayuno y no paga en el cafetín jajaja”, se ríe. Doña Berta prepara entre ciento cincuenta a ciento ochenta panes diarios y, felizmente, logra venderlos todos. “Al menos este negocio me da algo para comer y para sacar adelante a mis hijos”, enfatiza.
Ella se levanta a la una de la mañana diariamente para preparar los alimentos que venderá en el día. Al alba, seis y media específicamente, doña Berta ya está instalada y lista para atender a los cientos de estudiantes que, por diversas circunstancias, no lograron llevar algo a la boca a tiempo. Su esfuerzo no es en vano. “Tengo seis hijos estudiando: Mary, Pilar, Alan, Sarita, Wendy y Gina. Están en la Cepunt, en colegios particulares y la última en el jardín”.
–“¿Un promedio de cuántos muchachos le vienen a comprar?”
– “Todos vienen a comprarme. Todos me caen bien”.
– “¿De verdad? ¿Vienen varios jóvenes a consumir?”.
– “Claaro, bastantes. Bastantes jóvenes vienen a comprar. Muy guapos son todos los jóvenes que desayunan aquí”.
– “¿Muy guapos? Jajaja”.
Así de extrovertida era doña Berta. Me hablaba como si nos conociésemos de años. Era agradable conversar con ella. Supuse que la pronta afinidad que lograba con sus intelectuales clientes era una estrategia bien pensada para dejar vacía la vitrina y los baldes. “¿Es rentable su negocio doña Berta?”, le pregunto tras ver como desaparecían con rapidez los panes de su vitrina. “Mmm... un poquito bien pero allá ha sido mejor. Cuando estaba allá –frente a la universidad– me preparaba doscientos, doscientos cincuenta panes”, me dice un poco pensativa.
Según nuestra amiga, los municipales los echaron del lugar debido a que la excesiva movilidad de los autos ponía en riesgo a los jóvenes y, en consecuencia, el lugar no era apropiado para la venta. “También nos han desalojado de la avenida porque dicen que muy barato vendemos y que de repente los de adentro, los de los cafetines, se han quejado porque ellos venden un poquito más caro”, cuenta doña Berta.
Así como ella, existen muchas mujeres que se sacrifican diariamente para ayudar al sustento del hogar. “Mi esfuerzo no es en vano. Para mí, sacar adelante a mis hijos es lo más importante... Acá veo también que la señora de mi costado se sacrifica mucho para sacar adelante a sus hijos. Por eso, las mujeres somos muy valientes”.
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