miércoles, 23 de mayo de 2007

ºº* Entre el cielo y la tierra*ºº

Recordar es volver a vivir, es sentir los momentos de alegría y tristeza que compartimos con aquellos que queremos; recordar, es echarle un vistazo a lo que un día fue y sigue siendo.

Eran aproximadamente las 2 de la tarde. Sentada en una silla de plástico blanca, al lado de una distinguida señora, observé como un muchacho de lentes conversaba con otro cerca de la mesa donde me encontraba. Se sentó, nos saludamos y el silencio imperó.

Se trataba de mi compañero de prácticas, egresado de la UPAO, aquel que, días antes, al recibir la noticia del fallecimiento de un notable periodista, en la charla nocturna de nuestro curso policial , salió con mucho apuro, con la cabeza agacha y la mano derecha en la barbilla.

¿Por qué saliste con tanto apremio el viernes en la noche?- le pregunté. “Es que él era un gran profesor, a pesar de ser estricto tenía un inconfundible gracejo de hombre perfectible, era un buen consejero”- me contestó taciturnamente. Muy extrañada le pregunte a quién se refería y con sorpresa me respondió con otra pregunta- ¿Conociste a Eduardo Quirós Sánchez?.

En ese instante me sentí avergonzada y desafortunada, no pensé que se trataba de un insigne maestro del periodismo liberteño, de aquel hombre que llenó páginas en los diarios, a quien le debemos respeto y agradecimiento. Miré a mi costado y me choqué con la mirada de la distinguida señora. ¿Usted también conoció a Eduardo Quirós?- le pregunté. Me miró de nuevo, pero esta vez fijamente, y con voz firme me dijo- “claro, él fue mi profesor de Historia del Periodismo en el Instituto Carlos Uceda Meza”. Me interesó su estado de ánimo, su postura, y en seguida le pregunté cómo era él, Mercedes Orduña, porque ese es el nombre de la dama, no titubeó en decirme -“su rostro inspiraba responsabilidad. Era un excelente profesional, le gustaba que leamos y participemos en su clase”- mientras me lo decía sus manos no dejaban de moverse y sus ojos claros no paraban de recorrer los extremos del restaurante, donde, por designios de la vida, nos encontrábamos.

Los recuerdos que invadieron las mentes de estos dos testigos de las lecciones del “profesor Quirós”, son muestra de lo efímero que puede ser a veces la vida y el accionar comprometido de algunos hombres, como él, que dejó, no sólo el recuerdo de su verbo profesional, sino la más grata enseñanza de persecución por la entelequia y ese afán anafórico en la formación de excelentes comunicadores sociales con una carta de presentación ortográfica alentadora a la cultura de la sociedad.

A sus 84 años nos dejó de herencia sus producciones de redacción y comunicación, su experiencia como Past Decano del Colegio de Periodistas, sus anécdotas como integrante de grupos literarios, su estilo como sensible escritor; y, sobre todo, como ese valeroso profesor, paradigma de muchos, en las distintas universidades e institutos de nuestra ciudad.

Hoy, es más que un recuerdo, es un ejemplo. Un andoba, que plasmó sus valiosas frases en los corazones y mentes de quien, alguna vez, conversó con él; de quienes ahora, serán sus heraldos entre el cielo y la tierra, los que sintieron fastidio por sus exigencias y los que comprendieron sus invitaciones a ser un aprendiz a largo plazo.

Su tumba ha quedado llena de flores, que no sólo colorean el recinto donde descansa su cuerpo, sino, que guardan cada uno de los pensamientos de los que admiraron ese donaire e intelectualidad del maestro, ese “gracias”, que, aunque con minúsculas, encierra el más sincero y bello de los regalos.

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