Arthur Izquierdo Villalobos
Hay una calle en el centro de la ciudad de Trujillo –específicamente la quinta cuadra– en donde se ofertan diversas razas de perros a diversas razas de humanos. Algunos los compran como mascotita para el engreído de la casa –mayormente para esos que nacen en cuna de oro–, como hay otros que los adquieren para el cuidado del hogar –ya que la instalación de modernas alarmas “antichoros” hace que sus bolsillos agonicen.
Eran las cinco de la tarde de un día “x” del calendario. Me encontraba llenando el estómago con una torta de la Panadería “Sandoval” cerca al Mercado Central y, aprovechando la proximidad, me animé a ver los pececitos que se exponen a diario por el lugar. Grande fue mi sorpresa al ver como vendedores desalmados privaban de la libertad a indefensos animales encerrándolos en vitrinas muy pequeñas para ellos. Los cachorritos que se vendían al público en la Veterinaria Pet Shop “Acuario Tritón” del harto conocido Jr. Ayacucho apenas podían darse vuelta y lamerse las patitas. “A doscientos soles este labrador de dos meses amigo” me habló el odioso y enjuto vendedor de chompa marrón cuando pasaba frente a él. Me detuve y me retuve de estamparle un puñete a esas horas de la tarde. Pero él, creyendo que me interesaba comprarle uno de los inocuos cachorritos, siguió hablándome “Está con dos vacunas broder, contra la Distemper y Parvovirus. Acá tengo su tarjeta de la veterinaria”. “Calla imbécil”, le iba a decir, mientras me venían las ganas ya no de estrellar mi puño contra su rostro, sino contra el cristal que aprisionaba a los cachorritos –bueno… creo que sería peor para ellos–.
No solo él ofrecía cachorritos. Otro vendedor de aspecto rollizo tenía una vitrina –que más parecía jaba de pollos– dividida en dos secciones. En la parte superior se encontraba un “boxer” de mes y medio. Estaba durmiendo. ¿Qué más le quedaba hacer en tan estrecho lugar? Apenas lo vi, el mofletudo encargado de su venta me habló como despertando de un largo estado de hibernación: “Cien soles amigo. Tiene la cola cortadita, la pancita blanca, patitas blancas. Está arrugadito como quieres”. Pero lo que yo realmente quería era que lo deje al menos estirarse un poco. Pero no. El regordete, movido sólo por impulsos lucrativos, ignoraba que ese pobre animal tenía derecho a correr libremente, jugar, ser amado y cuidado.
Siguió hablándome a bostezos: “Ya come de todo”. “Igual que tú” pensé en insultarle, pero me distraje al ver como un cachorrito “cocker spanish”, ubicado en la parte inferior de la “dizque” vitrina, luchaba con todas sus fuerzas para sacar su hocico por una ranura y lamerme la mano.
En verdad ese perrito me rompió el corazón. Era bien chiquito, de color caramelo y de un mes al igual que los otros siete cachorritos que lo acompañaban en prisión. “Ciento veinte cada uno. Hay marroncitos, negritos, caramelos, machitos y hembritas. Todos están desparasitados. Llévate uno de cola cortadita, te ahorras quince soles”. “Ni pensar en darle un puñete a este obeso imbécil porque fácil rebota”, pensé. A ver ¿porque él no se pone en un cajón donde apenas pueda acomodarse en posición fetal y lo vendo... no, mejor pago para deshacerme de él? Pero como veo, este personaje sólo vive para hacer crecer su abdomen en proporciones descomunales.
Viendo como ya no sólo un cachorrito, sino tres más sacaban aparatosamente sus húmedos hocicos de su jaula, me puse a pensar en la insensibilidad del ser humano para con los animales. Llevando el caso a extremos: las corridas de toros, las peleas de gallos, la existencia de camales, actividades del hombre que acaban con la vida de estos seres inocentes. Las lenguas húmedas y tibias de los cachorritos lamiendo mi mano reafirmaban el injusto trato que los seres humanos les proporcionan con esas arraigadas costumbres de nuestra sociedad.
Reflexionando así me alejé del lugar, pero sin quitar de mi vista a esos vendedores sin corazón. Para ellos, como para muchos de ustedes, los motivos que me impulsaron a escribir esta crónica parecerán insignificantes. Privar de la libertad a los animales es un hecho censurable. Más aún, hay personas estúpidas que maltratan a sus propios animales en casa: los dejan de hambre, los patean, los hacen pelear, en fin. La estupidez en el ser humano creo que ya no tiene cura...
1 comentario:
Modifica el titular. No me parece adecuado. En todo caso "humanízalo"
Ten en cuenta la tipografía y el tamaño de la misma.
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